lunes, 26 de noviembre de 2012

El último hombre o de la hipertrofia del encéfalo (Fragmento)


(Anotaciones marginales para una novela)

"Acaso un mundo sin valores objetivos en el que los hombres se comporten moralmente sea preferible a un mundo cargado de valores, pero en el que nadie rija su vida de acuerdo a ellos". (Nicolas Zavadivker, en Una ética sin fundamentos).


1.
(...)
Y seremos entonces ese signo equívoco… Tramitó esa circulación del pensamiento cuando se propuso levantar la cabeza apoyada en el almohadoncito cuadriculado. Renegó del esfuerzo que necesitaba para activar ese cuerpo. Desistió y manoteó la caja de Parliaments y prendió el enésimo cigarrillo. Y de nuevo apoyó los ojos contra el pack negro, de bordes magentas. Sólo mi cuerpo soy. Puso play con el control. La bomba del corazón reaccionó al aventón grunge de los sonidos noventosos de Pearl Jam, que lo confundía entre la ocasional tibieza y la potente disonancia de los reniegos, una melodía que se diluía en el espanto de su rebeldía enganchada a un interior que no terminaba de conocer. Recorrió seis o siete veces el departamento que alquilaba desde hacía años. Se acercó a la mesa y se detuvo en una de las parvitas de libros que la ocupaban casi por completo. Levantó un volumen. Lo olió. Cerró los ojos, los abrió, abrió también el libro y leyó que la fuerza de los lúcidos radicaba en la imposibilidad de vivir la propia vida. Y la canción lo empujó, como siempre, hacia esa ilusión de un significado, a la sensación de que su biología se tejía con su mente en una malla de sentido. Corrió unos pasos, se desabotonó la camisa y se crucificó al marco de la ventana. Mantuvo los brazos extendidos, perpendiculares a su torso cuando vio la sonrisa por unos segundos pura que la chica del edificio vecino tiraba hacia el espacio del viento. Cuando cayó que los labios que ceñían aquel gesto se habían estirado y abierto esa boca en una carcajada sintió separarse otra vez de su cuerpo que entregaba desnudo al espasmo púrpura de un sol en retiro.
(...)





2.
Borracho como había sido echado el hombre, no pudo más que acercarse a uno de los naranjos secos de invierno y, apoyado de un hombro, vomitarle todo su sentido estomacal de la propia vida y, por qué no, el de la de los demás. Cuando no pudo expulsar más alcohol por su boca y la bilis le había tomado todo los humores de la garganta, miró, un poco chocado y mareado, alrededor de sí: sonrió a los baldíos con conteiners de todo tipo, las vías oxidadas, hombres durmiendo entre capas de cartones, chicos tirados al lado de perros hermosos de la pena que tiraban. Chicos con la bolsa de ese pegamento que les frena el dolor de vivir como la miseria desde la uña hasta el pelo. El «ran».
(...)

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